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Manu y Mª Dolores


Compartir una experiencia de vida se reduce, en muchas ocasiones, a contar las numerosas actividades que se han realizado, relatar los acontecimientos que se han visto u oído, describir con detalle los lugares donde se ha estado o, incluso, ‘encasillar’ a las personas con las que se ha vivido, corriendo el riesgo de simplificar la realidad, recurrir al tópico o quedarse en el hacer. Sabiendo que corremos ese riesgo, queremos COMPARTIR con vosotros, amigas y amigos de Granada Misionera, nuestra experiencia, más desde el ser que desde el hacer.

Cuando nos ponemos a escribir sentimos que nos brota un profundo agradecimiento por la VIDA que Dios nos ha regalado, por las personas que ha puesto en nuestro camino y por el don de ser seguidores de Jesús, que nos impulsa, desde nuestra debilidad y fragilidad, a hacer posible su Reino en esta humanidad donde hace falta tanta esperanza, tanta paz y tanta fraternidad. Sólo tomando conciencia de que nuestra vida es un don de Dios tiene sentido lo que hemos vivido y podremos seguir viviendo.


Pero antes de continuar, nos presentamos. Somos María y Manu, estamos casados desde hace tres años y medio, de profesión abogada y profesor de secundaria, y vivimos en Sevilla. Pertenecemos a un grupo misionero llamado Proyecto Bolivia, de la provincia Marista Bética. Nos conocimos en el año 1995 en Santa Cruz – Bolivia, donde compartimos dos meses de verano en un Campo de Trabajo Misión en unas comunidades campesinas, en colaboración con los hermanos Maristas. El año siguiente repetimos la experiencia y, además, comenzamos nuestra andadura como pareja. Con el tiempo fuimos descubriendo que nuestra vida en común tenía que ser un signo palpable del amor de Dios, y de que la familia y el hogar no podían construirse sólo de puertas para adentro, sino también abiertos a la realidad de nuestro mundo, especialmente a la que no es tenida en cuenta: la de los pobres y excluidos.


Tras un tiempo de ‘aprendizaje’ en la vida matrimonial y de discernimiento personal y en grupo, nos pusimos a disposición de los hermanos Maristas de Bolivia, para compartir con ellos la Misión de Jesús durante un año. Así pues, a finales de 2001 marchamos rumbo a Comarapa, un pueblito de 4000 habitantes situado entre Santa Cruz de la Sierra y Cochabamba.


Desde el primer día que llegamos tuvimos el sentimiento de ser plenamente acogidos y queridos. Participando en una Asamblea con todos los hermanos y laicos que comparten la vida y la misión en Bolivia descubrimos que lo de ‘compartir’ iba en serio, y que al nombrar quiénes iban a conformar la comunidad marista de Comarapa para el año 2002, nosotros estábamos incluidos como uno más. Y, efectivamente, esta ha sido la realidad de todo el año: una comunidad de creyentes, compartiendo vida, oración y misión, desde vocaciones diversas, edades dispares, culturas distintas, e historia y educaciones muy diferentes, pero con el mismo Espíritu de Jesús, y haciendo posible el sueño de S. Marcelino Champagnat: estar presentes entre los niños y jóvenes más pobres y excluidos. Nos hemos sentido en ‘nuestra familia’ en todos los sentidos. Y lo hemos percibido tanto en los momentos de alegría como de tristeza, en las dificultades y en los momentos de gozo, en la toma de decisiones y en el compartir la vida desde dentro, en el trabajo del día a día y en las tareas del hogar... Hoy estamos convencidos de que la experiencia vivida junto a Andrés, Jesús, Maurino y Karlos, ha sido la fuente de donde han brotado las fuerzas y la ilusión para darle sentido a lo que cada día iba deparándonos. Además, nuestro matrimonio se ha visto fortalecido y ha adquirido una nueva perspectiva, con un regalo añadido: el nacimiento de nuestro primer hijo dentro de unos meses.


Queríamos compartir el desde dónde hemos vivido nuestra estancia en Bolivia porque estamos convencidos de que la experiencia misionera cobra un sentido nuevo desde una vida que es capaz de dar testimonio de la Buena Noticia, no sólo individualmente, sino comunitariamente.


En Comarapa y en las comunidades campesinas de la zona nos hemos encontrado a personas con rostros e historias concretas, que nos han evangelizado, y que nos han hecho descubrir una realidad en la que se mezcla la pobreza humana más radical con la esperanza de querer un futuro diferente luchando para que la vida tenga algún sentido. Familias que, desde sus escasos recursos, hacen un gran esfuerzo para que sus hijos puedan acceder a una educación que vaya más allá de unos pocos cursos de primaria en las escuelitas rurales. Chicas muy jóvenes que trabajan por sacar a su ‘wawa’ (bebé) adelante y que siguen yendo a la escuela para que su futuro pueda ser de otra manera. Niños y niñas que, después de las clases, se van a buscar un trabajo con el que poder pagar su cuartito, sus cuadernos o la comida del día. Maestros y maestras que intentan actualizarse a pesar del escaso reconocimiento que tienen a nivel estatal. Profesionales que sueñan y luchan porque su pueblo no siga dependiendo de la limosna del exterior y pueda ser constructor de su propio futuro.


Nuestro trabajo concreto ha sido participar plenamente en la actividad del colegio Gabriel René Moreno de Comarapa, coordinado por los hermanos Maristas. Desde la clase, la orientación personal y familiar, la animación de grupos cristianos o la formación de profesores, hemos tratado de aportar algo de nuestra vida a tanta vida que nos ha sido regalada. Junto a otro matrimonio comar

apeño, hemos acompañado a treinta chicos y chicas de comunidades rurales que estudian fuera de sus casas en un centro educativo campesino, formando una gran familia de casi cuarenta personas. Y también hemos podido hacer el seguimiento de varios proyectos de desarrollo en algunas comunidades campesinas de la Siberia, en la zona alta de la provincia en la que vivíamos. Somos conscientes de que el tiempo ha sido corto, de que no hemos hecho gran cosa (tampoco era nuestra pretensión), pero creemos que ha merecido la pena y que nos ha posibilitado ver la vida desde una óptica distinta, revelándonos la ‘debilidad’ y la ternura de nuestro Dios.


De toda esta experiencia hoy nos quedan en la memoria rostros que ya no son anónimos, amigos y amigas con los que hemos compartido la vida y la fe en Jesús, y la intuición de que una vida más humanizada es posible, también en este norte, empeñado en hacer guerras preventivas. Y una oración a nuestro buen Dios: que nos dé un corazón nuevo para estar siempre en proceso de conversión a su Proyecto, mirando al Sur de nuestro mundo, que no sólo tiene recursos naturales que expoliar, hombres y mujeres a los que utilizar como objetos (de trabajo o de consumo) o lugares donde arrojar nuestras basuras, contaminantes y nucleares, sino que tiene vida en abundancia, y Vida con mayúsculas, de la que tanta necesidad tiene hoy el ser humano.


Un abrazo de hermanos, y nuestro agradecimiento por prestarnos vuestro tiempo para comunicaros algo de lo que ha sido nuestra vida.


María y Manu

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