La fuerza de soñar
Un día, desayunando con mi mujer, me lanzó la idea de volver a Bolivia durante las vacaciones de verano. Hacía ya 18 años que había vuelto a España después de haber trabajado como Hermano allí durante 15 años. Aunque la COVID estaba empezando a remitir, aún era complicado plantearse un viaje fuera de España. En el horizonte estaban las vacunas pendientes, permisos, billetes de avión, pasaporte COVID, seguros…
Una vez embarcados en este proyecto, todos los inconvenientes se fueron despejando. Con el apoyo de SED se fueron solucionando las cuestiones logísticas y las vacunas fueron llegando a tiempo. Me ilusionaba mucho el reencuentro. Era como volver a mi segunda casa. Allí, en cierto modo, volví a nacer. Me esperaban amigos y compañeros. En Comarapa viví los 10 años más intensos de mi vida.
Una vez llegado a Bolivia, sentí la calidez de la gente con la que compartí hacía ya tantos años. Los caminos y paisajes me remitían continuamente a experiencias vividas, a rostros de personas concretas. Allí fuimos formando un grupo con ganas de soñar. Soñamos un internado para niños campesinos, una escuela de agronomía, un colegio comprometido con el cambio…
Fui testigo en su día del empoderamiento de la gente local. Edily se encargó del internado, Alberto tomó las riendas de la escuela de agronomía y Cristina se convirtió en la primera directora laica del colegio. Curiosamente, 22 años después, estas tres personas siguen liderando estos tres proyectos.
Mi escaso mes en Bolivia ha sido todo un gran regalo. No era cuestión de hacer, sino de estar. Ser presencia. Hacía año y medio que no había clases presenciales. En el internado “Casa Montagne”, necesitaban atención, casi a 30 internos e internas. Las clases online por las mañanas y los deberes por las tardes llenaban el día. Pude acompañarlos en una excursión a la Laguna Verde, un entorno natural privilegiado a unos 7 kilómetros del internado. También acompañé al Hermano Gregorio, en varias ocasiones, a la supervisión de las obras de construcción de una escuelita rural, en El Cadillar, Pulquina Arriba.
Sobre todo, he sido testigo privilegiado de como la educación cambia vidas. Sí, educar con calidad y con valores hace que las personas puedan tener una existencia mejor, más digna, en la que ellos son protagonistas. Aún estoy impresionado y sobrecogido. En Bolivia he oído historias de superación y cambio, y he tenido el privilegio de ver con mis propios ojos la fuerza de soñar y de creer en esos sueños.
Pepe Camposo
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